El modelo de la doble hélice del DNA: intuición genial, SÍ; juego de
LEGO, NO. Una respuesta al Profesor Cerdá-Olmedo.
JAUME BAGUÑÀ
Departament de Genètica, Facultat de Biologia, Universitat de
Barcelona
En su erudito, barroco y provocador artículo de opinión “La historia
del ADN: Watson y Crick, ¿juego de niños?” el Profesor Enrique
Cerdá-Olmedo elabora una de las clásicas variantes de la
historia-ficción, esta vez aplicada a la “historia” del DNA y al
“descubrimiento” (los entrecomillados son míos) del famoso modelo de
la doble hélice. Dicha variante resulta de aplicar a la historia de
la ciencia el dictum que las victorias tienen muchos padres, las
derrotas, sólo uno.
Su metodología, por no decir “filosofía”, consiste en trazar los
antecedentes de un hecho clave (en este caso el modelo de la doble
hélice de Watson-Crick de 1953), por nimios, intrascendentes u
olvidados (aunque importantes) que fueran, y argumentar que todo
estaba allí para que el primero que pasara desarrollara el modelo.
Ergo, lo que hicieron Watson y Crick fue, quitando ya los
interrogantes de su título, un juego de niños. Sinceramente, esta
manera de contar la historia, hecha supongo con la mejor de las
intenciones (es decir, recordarnos que antes de la doble hélice se
había descubierto el DNA, y honrar a figuras señeras como Avery y
otros), no es clarificadora ni pedagógica. Por ello, permítanseme
dos reflexiones.
1. Intuiciones, antecedentes, oportunidades y realidades.
Es bien sabido que cualquier gran idea, teoría o modelo ha tenido
antecedentes o intuiciones previas que, por razones varias, no
cristalizaron. En general, ello no menoscabó la genialidad o la
intuición de quien sugirió, propuso o demostró la idea, teoría o
modelo finalmente correctos (hasta que no se demuestre lo
contrario). Sirvan como ejemplo algunas intuiciones de Poincaré
(1904) respecto a la relatividad de Einstein (1905), la propuesta de
un mecanismo de “selección natural” por Patrick Matthew en 1831
justo cuando Darwin embarcaba en el Beagle y casi 30 años antes que
expusiera su teoría (Darwin, 1859), o las especulaciones de Morgan
(1934) sobre regulación génica bastante antes del modelo del operón
de Jacob-Monod (1959). A ellos, podríamos añadir las curiosas
intuiciones combinatoriales sobre “unidades independientes “ o
“genes” de Augustin Sageret (1826), 40 años antes que Mendel y 75
años antes que de Vries, Correns y Tschermak (1901). En todos estos
casos, las intuiciones previas palidecen ante el resultado final.
Si nos atenemos a los antecedentes previos a la doble hélice
reseñados en el artículo de Enrique Cerdá-Olmedo, y lógicamente
dejando aparte el propio descubrimiento del DNA, nos encontramos que
la complementariedad fue una idea de Pauling y Delbrück (1940), que
Astbury (1947) sabía que la estructura del DNA es helicoidal y
simétrica, que Gulland (1947) dedujo que los fosfatos estaban en
posición externa y las bases en el interior, que Chargaff (1950-51)
supo (pero no dedujo nada más) que el número de A=T y el de C=G, y
que Donoghue y Cochran conocían las formas tautoméricas adecuadas
para deducir las distancias entre los átomos de hidrógeno que forman
los puentes entre las bases. A ello habría que añadir la
sorprendente revelación de que en 1947 y en 1952-53,
respectivamente, Boivin y Vendrely y Dounce habían ya propuesto que
la información va del DNA al RNA y de éste a las proteínas a través
de una clave de tripletes. Finalmente, dejo aparte, por manido, el
tema de las fotos de Wilkins y Franklin y el descubrimiento de la
estructura primaria del DNA por Todd y colaboradores.
Llegados a este punto, no es de extrañar que desde la primera página
Enrique Cerdá-Olmedo despache al modelo de Watson y Crick señalando
que (las negritas son mías) “cualquiera que hubiera reunido la
información disponible en 1953 sobre el DNA hubiera compuesto el
modelo en doble hélice sin dificultad”. Es decir, fue un juego de
niños. En consecuencia, su descubrimiento carece “de la relevancia
histórica de los investigadores que, abordando en solitario temas
importantes, aportaron conocimientos inesperados que hubieran
seguido ocultos mucho tiempo”. Y añade que Watson y Crick no
hicieron trabajo experimental, aplicaron métodos de moralidad muy
dudosa, hablaron y tomaron café con muchas personas, y que su
conducta es un ejemplo brillante de la “cultura del pelotazo”.
Sorprende ver a la ciencia y al fútbol emparejados en los señeros
nombres de los Premios Nobel de Medicina en 1962, Watson y Crick.
No hacer trabajo experimental y hablar y tomar café con muchas
personas no me parecen actitudes criticables; más bien todo lo
contrario. No entro en las apreciaciones sobre moralidad dudosa y
“pelotazos” que atribuye Enrique Cerdá-Olmedo a Watson y Crick.
Mucho se ha escrito y dicho sobre lo primero, y lo segundo podría
ser tema de una enjundiosa tesis doctoral. Sin embargo, sorprende a
estas alturas la actitud romántica de Enrique Cerdá-Olmedo sobre la
actividad científica: individualidad, soledad, incomprensión,
conocimientos ocultos, descubrimiento inesperado... Sinceramente,
creo que antes y ahora, la innovación científica, y la doble hélice
no es una excepción, depende esencialmente de un adecuado sumatorio
de factores: un buen cerebro (inteligencia e imaginación), dosis
adecuadas de información (lo que requiere ver, hablar y oír; o sea,
tomar café), trabajo duro (experimental o no) y, muy especialmente,
estar en el lugar y momento adecuados (otros le llaman suerte). Todo
ello da a mentes preparadas la oportunidad de formular o llegar al
modelo o teoría precisos y convertirlos en realidad. Ha habido, hay
y habrá montones de intuiciones, presentimientos y premoniciones,
pero tan solo una soledad de realidades (perdón por la licencia
poética).
2. El modelo de la doble hélice: intuición genial, SÍ; juego de
LEGO, NO.
Soy de la opinión que cuanto más simple, elegante, comprensible y
explicativo es un modelo o teoría, más discutido y contestado es. La
razón es muy sencilla: la envidia humana, o para ser más precisos,
la envidia (sana o no) de los demás científicos. En Biología, el
ejemplo más señero es la teoría de la selección natural de Darwin, o
para ser más justos de Darwin y Wallace. Es sabido que al
publicarla, su íntimo amigo Huxley comentó: y cómo no se me ocurrió
a mi? Aparte de traducir su admiración por la teoría, tal frase
trasluce claramente la convicción de que al ser tan irritantemente
sencilla no entendía que él mismo (que intelectualmente no debía
considerarse inferior a Darwin) no hubiese llegado antes. Esta
irritante sencillez es lo que le ha atraído durante casi 150 años, y
sigue atrayendo, las iras y críticas de científicos y no
científicos.
El modelo de la doble hélice es también irritantemente simple,
elegante, comprensible y explicativo. Ante él, sin embargo, no cabe
la reacción antidarwiniana. Al poco se probó correcto y ha
demostrado ser válido por activa y por pasiva. En su contra, una de
las pocas reacciones posibles es descalificar su gestación y a sus
autores como un “juego de niños”. En otras palabras, aparte de tomar
café (que no es propio de niños), Watson y Crick jugaron al LEGO y
les salió la doble hélice (para los profanos, el LEGO es un juego
para niños compuesto de piezas ensamblables de distintos colores con
el que se pueden hacer desde objetos simples hasta muy complejos).
Como dirían muchos: ¡los hay con suerte!
A mi entender, la realidad fue distinta. La principal dificultad
para llegar al modelo final de la estructura del DNA no fue técnica
sino conceptual. Aunque el DNA iba siendo aceptado como el material
hereditario, la necesidad de que especificara estructuras
tridimensionales (desde el lejano fenotipo hasta las cercanas
proteínas), llevaba a menudo a suponer que el propio DNA debería
contener información tridimensional. Esta información, además, debía
replicarse fielmente multitud de veces durante el desarrollo y de
generación en generación. Frente a ello, Watson y Crick operaban con
dos ideas o conceptos clave en Biología: paridad y
complementariedad, que sus competidores no consideraron o
apreciaron. En otras palabras, la naturaleza opera en pares (una
célula se divide en dos, no en tres; los cromosomas se aparean y
seguidamente se duplican y no se triplican; en la naturaleza hay
multitud de bifurcaciones, y no trifurcaciones). Al tiempo, la
complementariedad había de ser distinta a las ideas habituales de
llave-cerradura o escultura-molde de aquellos tiempos y debía
contener la idea de información. A partir de imágenes de difracción
del DNA con rayos X, Crick fue el primero en deducir que el DNA
tenía simetría doble, lo que implicaba dos cadenas antiparalelas.
Además, la intuición de Watson de emparejar las bases de nucleótidos
mediante modelos (proceder derivado por cierto de Linus Pauling y
por el que Rosalind Franklin no tenía querencia alguna) hizo el
resto. La complementariedad de las dos cadenas era la clave de la
herencia ya que cada cadena sencilla actuaba durante la replicación
como molde para la otra, y viceversa, formando dos cadenas dobles
idénticas mientras que la información estaba en la secuencia de
bases (estructura primaria).
La grandeza del modelo de la doble hélice reside en que aunó de
golpe los conceptos de Herencia, Reproducción, y Desarrollo y
suministró un sustrato molecular para analizar y entender la
Evolución. Además, introdujo con claridad y por vez primera el
concepto de información en Biología. En este punto discrepo también
de Enrique Cerdá-Olmedo cuando dice (y cito) “El concepto de
información, aplicado precisamente a la información genética,
aparece claramente en Aristóteles…”. Si seguimos así, concluiremos
que Adán y Eva ya demostraron, con la ayuda de Dios, el concepto de
replicación (por aquello de la costilla) y, quien sabe si ya
postularon la doble hélice. Por razones similares, dejo aparte el
aserto que Augustin Sageret introdujera en la Biología del lejano
1826, a partir de sencillos cruzamientos de variedades de melones,
la idea de información genética organizada en unidades
independientes, la idea de combinatoria de unidades para explicar el
fenotipo, y la de tipo y molde. No creo que Mendel, ya olvidado en
vida, merezca ser ahora empequeñecido por unos precedentes cuanto
menos pintorescos.
Como señala Maynard Smith (1999), la idea de información entra en la
Biología cuando hay una distinción clara entre genotipo y fenotipo;
en otras palabras, una división del trabajo entre DNA y proteínas,
unidas por el código genético. Y esta idea surge con el modelo de la
doble hélice de Watson y Crick y el subsiguiente código genético de
Crick, Brenner y muchos otros. Retrotraernos a Aristóteles y Sageret
sirve solo para confundir.
Resumen
Honrar la memoria de aquellos descubrimientos (el DNA como material
hereditario) y de aquellas personas que los realizaron (Avery y
colaboradores), a quienes los avatares de la vida (Avery murió en
1955), la historia (publicó su trabajo clave en 1944, meses antes
del día D), y la incomprensión (cuando no la envidia) humana
alejaron de un justo y mayor reconocimiento, es una tarea honorable.
Éste, creo, fue el objetivo del artículo de Enrique Cerdá-Olmedo, lo
que a todas luces le honra.
Sin embargo, llevar a cabo esta tarea a costa de minusvalorar logros
tan o más importantes (yo creo que bastante más) llevados a cabo por
otros (en este caso Watson y Crick y su famoso modelo) me parece
poco pedagógico a la par que futil. Aunque del escrito de Enrique
Cerdá-Olmedo se diría que el modelo de la doble hélice tuvo, como
las victorias, muchos padres, la realidad es que tuvo solo dos
padres (o padre y madre, si se quiere ver así). Eso sí, asistieron
al parto bastantes comadronas y, por qué no decirlo, también hubo
perdedores; unos cuantos, y no uno como sugiere el dictum.
Bibliografía adicional (para saber un poco más)
BBC. 1987. Life Story.
Fuller, W. 2003. Who said ‘helix’?. Nature 424: 876-878.
García-Bellido, A. 1978. Evolución de los conceptos biológicos. Bol.
Inform. Fundac. March. 67: 3-14.
Maynard Smith, J. 1999. The idea of information in Biology. The
Quart.rev.Biol. 74:4; 395-400.
Morgan, T.H. 1934. Embryology and Genetics. Columbia Univ Press, New
York.
Watson, J.D. 1968. The Double Helix: A personal Account of the
Discovery of the Structure of DNA. Atheneum, New York.